¡Muy buenas! Como algunos habrán notado, el blog está algo más inactivo. Ello se debe a que ya ha acabado el verano y me encuentro inmersa en pleno curso nada más empezar: último curso de la carrera, bendito estrés.
Sin embargo, de eso quería hablar. Para mí, los estudios fueron (y siguen siendo) la mejor forma de evasión que tengo. Cuando estuve con el trastorno, nadie daba por mis estudios ni un duro. Fue de las primeras cosas que dijo la psiquiatra, que en estos casos, el curso escolar está perdido. Pues vaya si se equivocó. Desde luego no saqué las notas brillantes de costumbre, pero ni una sola asignatura se me escapó, y eso que faltaba a clase cada dos por tres por culpa de la enfermedad. Pero aquello no me frenaba, sino más bien al contrario. Desde entonces, si me noto que puede acercarse un pequeño bache alimenticio, me cebo con los estudios y pienso: "No, ahora tus neuras no. No tienes tiempo y estudiar es mucho más importante. Déjalo para otro día". Es fantástico el poder que puede tener la responsabilidad y el deber, la verdad.
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